Tokio-BA. Paisaje de artista, por Juan Fernando García

Para quienes nunca hemos visitado Japón, la literatura ha sido una vía de exploración intensa: lo es la poesía, la sabiduría de los
haikus; lecturas de Tanizaki, Kawabata, Mishima; los más contemporáneos: Banana Yoshimoto y Murakami amalgamando una tradición.
La literatura, como una fotografía es una mirada. Y la mirada de occidente sobre oriente (¡es que leemos en traducciones
sospechables!) además de extranjera es exótica. Del lado del misterio, siempre Japón.

¿Es posible captar si no la experiencia, la sensación del vacío en la brutal urbanidad?
Si pensara que las fotos de Ana Amorosino componen una melodía que va de Tokio a Buenos Aires, como turista de ambos márgenes,
seguramente sería infiel a lo que mi ojo percibe. Porque en las fotos también está el desconcierto: esos brillos de lo
nuevo, sin mácula; esas miradas perdidas en su fijeza; esos edificios monumentales que delinean un espacio ficcional.
No los templos, no los montes ni la sutileza del cerezo en flor.
Del lado de acá, lo conocido, pero en el recorte que la flaneusse
realiza y destaca al obturar. Otra extranjería.

Pura mirada de artista. Búsqueda de huellas, como las que aparecen casi como una obsesión en sus dibujos y pinturas.
Lo que resulta y no es, el azar de las combinatorias. He allí Tokio, la modernidad exacerbada.

He allí, y aquí, el vacío, o cierta forma del vacío. De la estetización desmesurada, a las ruinas de un paisaje que siempre está
desmoronándose. Entonces, las fotos de Ana tienen ese plus que no es paralelismo sino pura diferencia.
La artista, no la cronista de los días, nos invita a un diálogo con la experiencia. Tokio-Buenos Aires.